Hermes, Hestia y Hefesto.
El dios Hermes y la diosa Hestia aparecen vinculados en muchas ocasiones como protectores conjuntos del hogar. Junto a la puerta de la casa griega se erigía una estatua de Hermes, que supuestamente traía buena suerte (protegía así mismo las ganancias y los hallazgos inesperados). Como se desprende de sus funciones, Hermes no era una figura de estabilidad y permanencia, al contrario que Hestia, sino de movimiento, transición e intercambio, circunstancia que que puede apreciarse en las múltiples esferas en las que se actuaba. Equivalente del dios romano Mercurio, era el mensajero de los dioses y solía representársele con sandalias aladas, petasos o sombrero de viajero, con o si alas, y cayado de heraldo, que también funcionaba como varita mágica. Era la deidad de los viajeros y la carretera y en el Ática se colocaba una estatua suya en las encrucijadas. También se le conocía como Psicopompo ("el que transporta las alma"), porque escoltaba las almas de los muertos a los infiernos, razón sin duda por la que Zeus lo eligió para rescatar a Perséfone del Hades. Muchas veces su cayado aparece adornado con dos serpientes entrelazadas, símbolo de la Tierra y de los Infiernos.
Hermes representaba la transacción y el intercambio, era el dios del mercado y el protector de los comerciantes... y de los ladrones. Este doble papel, de intercambio lícito e ilícito, se refleja en el lenguaje: era el portador de la palabra divina a los mortales, pero también protegía las comunicaciones taimadas y corruptas, las mentiras, los falsos juramentos y engaños. Cuando en una conversación sobrevenía un silencio repentino (en otras palabras, cuando se interrumpía la comunicación), los antiguos griegos solían decir: "Esta pasando Hermes". Sus dotes de comunicación tuvieron buena aplicación en la más famosa de sus hazañas, la muerte de Argos, el monstruo de los cien ojos: lo adormeció contándole cuentos y después lo liquidó, lo que le hizo acreedor a su título mas conocido, Argifonte, "matador de Argos".
Se asociaba a Hestia, diosa virgen del hogar, con la estabilidad, la permanencia y la prosperidad, y por lo general se la representaba como una mujer austera, sentada y cubierta con una túnica. En la tradición mitológica existen pocas narraciones sobre ella, pero revestía gran importancia simbólica y ritual. Presidía el rito en el que daba nombre y se legitimaba a los niños, el anfidromion, en el que se les daba vueltas alrededor del hogar que tenían todas las casas y que constituía el centro del culto a Hestia.
Hefesto, equivalente del dios romano Vulcano, era una deidad del fuego y los volcanes e inventor y constructor divino de cosas mágicas. En la poesía griega se emplea con frecuencia su nombre con el único significado de "fuego", pero solía representársele como un herrero cojo que forjaba objetos extraordinarios. Presentaba un aspecto más benévolo y menos iracundo que la mayoría de los Olímpicos, pero no necesariamente menos apasionados como demuestra su intento de violación de Atenea.
El culto a este dios nació en el Asia Menor y en las islas cercanas, sobre todo en Lemmos, y uno de sus principales santuarios se encontraba en el monte Olimpo de Licia (actual sureste de Turquía), denominado Olimpiio Licio para distinguirlo de su homónimo, más célebre. Hefesto aparece en algunos mitos como hijo de Zeus y Hera, pero con más frecuencia se le considera hijo solamente de Hera, que lo concibió sin el concurso masculino en venganza por el nacimiento de Atenea, que surgió de la cabeza de Zeus, sin madre. En algunos relatos, Hefesto nació primero y después asistió al nacimiento de Atenea. En muchos casos se asocia a ambas deidades como origen de las artes y las técnicas.
Hefesto era cojo, motivo por el que frecuentemente se convertía en blanco de las burlas de los demás dioses Olímpicos. Estaba casado con Afrodita, diosa de la sexualidad, pero tuvo que pagar un alto precio por ser el cónyuge de una deidad tan deseable: que le pusieran frecuentes cuernos, como hizo Ares. Cuando nació, Hera sintió tan vergüenza por el defecto de su hijo que lo arrojó desde los cielos hasta el Océano, el gran río que rodea el mundo. Hefesto se vengó enviándo a Hera un hermoso trono de oro que él mismo había fabricado y que se aferró a un muslo de la diosa con correas invisibles cuando ella se sentó. Sólo Hefesto podía liberarla, pero se negó a abandonar el Océano a menos que se le permitiera casarse con Afrodita.
Fracasaron todas las tentativas para que Hefesto regresase al Olimpo, hasta que Dioniso lo emborrachó, lo sentó en una mula y lo llevó ante los demás dioses, que lo recibieron muertos de risa. Pero venció el espíritu de reconciliación: Hefesto dejó libre a su madre y le concedieron la mano de Afrodita. El relato del regreso de Hefesto al Olimpo es uno de los episodios sobre el dios más frecuente en la mitología y sirvió de decoración a numerosos vasos griegos.
La habilidad técnica de Hefesto suponía una compensación por su minusvalía física. Además del trono de oro para su madre, fabricó ayudantes femeninas del mismo material que colaboraban con él, perros guardianes también de oro que no dormían jamás para el palacio de Alcínoo (como cuenta La Odisea) y muchas otras creaciones mágicas. Cuando fue arrojado al Océano le consoló Tetis, a petición de la cual fabricó un escudo para su hijo, el héroe Aquiles, cuya detallada descripción aparece en La Ilíada. En muchos mitos se ubica la fragua de Hefesto en el monte Olimpo o cerca de éste, en Grecia, y en otros bajo tierra, sobre todo en zonas de actividad volcánica. Los Cíclopes, que forjaron el rayo de Zeus, eran sus ayudantes.