La unión de Okuninushi con Ya-gami-hime desencadenó varios ataques de sus ochenta celosos hermanos y cuando el joven dios intentó resolver la disputa se vio envuelto en un conflicto aún más terrible con el poderoso dios de la tormenta, Susano.
Los vengativos hermanos lograron dar muerte a Okuninushi en dos ocasiones, pero en ambas ocasiones su madre, que intercedió por él ante los dioses, le devolvió la vida. En primer lugar, los hermanos calentaron al rojo blanco una gran roca y la echaron a rodar por una montaña. Pensando que era un jabalí y que sus hermanos querían que lo detuviese. Okuninushi la paró, se abrasó y murió. En la segunda tentativa, los hermanos aplastaron a Okuninushi en las ramas de un enorme árbol y tras esa experiencia, a instancias de su madre, Okuninushi decidió poner fin a la rivalidad buscando el consejo de Susano, dios de la tormenta, que por entonces vivía en el infierno.
Al llegar al palacio de Susano, Okuninushi vio a la hermosa Suseri-hime, hija del dios; ambos se enamoraron y se casaron, pero su impetuosa conducta enfureció a Susano, que también decidió deshacerse de Okuninushi. Simuló aceptar a su nuevo yerno y le pidió que durmiese en una habitación que resultó estar llena de serpientes, pero, por suerte, la mujer de Okuninushi le dio un pañuelo mágico que espantaba a aquellos animales cuando se agitaba tres veces. A la noche siguiente, cuando Susano invitó a Okuninushi a dormir en una estancia plagada de centípodos y abejas, el pañuelo volvió a salvarle la vida.
Por último, el enfurecido suegro disparó una flecha hacia una gran llanura y ordenó a Okuninushi que fuera a recogerla. El joven dios obedeció, pero en cuanto emprendió camino, Susano prendió fuego a la hierba que crecía en la llanura. Okuninushi buscó en vano una salida de aquel infierno, hasta que acudió en su ayuda un ratón, que le dijo que diera una patada, porque el suelo estaba hueco. Okuninushi siguió su consejo, dio una patada, el suelo se abrió y el joven dios se refugió en su interior, mientras las llamas pasaban por encima de su cabeza, inofensivas. Entre tanto, el ratón encontró la flecha y se la dio.
Okuninushi le devolvió la flecha a Susano, que empezó a tomarle cierto cariño a su yerno, a pesar de lo cual Okuninushi se puso a hacer planes para escapar de la esfera de influencia del dios de la tormenta. Un día, después de haberle lavado el pelo a Susano, éste se quedó dormido y, aprovechando la oportunidad, Okuninushi le ató los cabellos a las vigas del tejado del palacio. Después, armado con el arco y la espada de su suegro y con Suseri-hime a la espalda, abandonó la morada infernal de Susano y se dirigió hacia su país, la Tierra de la Llanura de Juncos.
Cuando Okuninushi hubo recorrido cierta distancia, Susano se lanzó en persecución del raptor de su hija y al llegar a un punto en el que la pareja podía escuchar sus gritos, en la frontera entre el infierno y la tierra de los vivos, decidió dejar en paz a la feliz pareja, pero le dio a Okuninushi el consejo que éste había ido a buscar: cómo poner fin al enfrentamiento con sus hermanos. Le dijo que los derrotaría con el arco y la espada que se había llevado de su palacio.