Ahura Mazda y la lucha entre el bien y el mal.
La religión de los antiguos persas solo se conoce por las escrituras zoroástricas, el Avesta, y sobre todo por el conjunto de himnos denominados Yashts. Los persas adoraban a las fuerzas de la naturaleza, pero también deificaban concepto y fenómenos sociales. Reconocían un dios supremo, Ahura Mazda ("el señor sabio"), el cielo que todo lo abarca. A él se oponía Angra Mainyu o Ahriman, dios de la oscuridad y de la esterilidad. Por consiguiente la vida consistía fundamentalmente en una batalla entre las fuerzas del bien y del mal. Entre ambas deidades estaba Vayu, dios del aire y el viento, y había otro dios importante, Tishtrya, dios de la lluvia, cuyo mito ejemplifica el relato del conflicto universal en Oriente Medio. Tishtrya desciende al océano cósmico en forma de caballo blanco con orejas y arreos de oro y se encuentra con Apaosha, demonio de la sequía, en forma de caballo negro. Luchan durante tres días y al principio vence Apaosha y la sequía domina la tierra, pero Tishtrya recurre a Ahura Mazda, que le da de comer para fortalecerlo, hasta que vence a Apaosha y vuelven las lluvias. Otra figura de la mitología persas es Anahira, diosa de la fertilidad, origen de las aguas de la tierra, de la reproducción humana y del mar cósmico. El mito del dios desaparecido adopta la forma de Rapithwin, señor del calor del mediodía y de los meses estivales: todos los años, el demonio del invierno invade la tierra y Rapithwin se retira bajo tierra para mantener caliente las aguas subterráneas.
En el siglo VI o VII a. C., el profeta Zoroastro formalizó el dualismo inherente a la fe persa y Ahura Mazda pasó a ser la única deidad digna de adoración absoluta. Los principales mitos zoroástricos tratan sobre la creación: Ahura Mazda crea el universo benéfico, en el que está incluido Gayomart, el hombre arquetípico, pero Angra Mainyu, jefe de las hordas demoníacas, crea sus propios descendientes malignos: animales crueles, torbellinos, tormentas de arena y enfermedades que atacan el cosmos y destruyen su estado ideal. En última instancia, este conflicto debe acabar con la victoria del bien sobre el mal.