jueves, 17 de mayo de 2012

Dioses y diosas.

Un panteón prestado. Dioses domésticos y virtudes cívicas.


No es simple coincidencia que las deidades más importantes del panteón romano tuvieran un carácter semejante al de las griegas. Algunas se importaron directamente del mundo griego: Esculapio, por ejemplo, dios de la medicina, deriva del griego Asclepio, y entro en Roma en el 293 a. C., siguiendo las instrucciones de un oráculo tras una peste devastadora.

Otras deidades nativas se sometieron a reinterpretaciones graduales, a medida que fueron aumentando los contactos de Roma con Grecia y se convirtieron en equivalentes de dioses griegos concretos (Júpiter, por ejemplo, es el equivalente de Zeus, y Venus de Afrodita), Palas Atenea se transformó en Minerva, protectora de las artes, entre los etruscos, cuya civilización prerromana floreció al norte del Tiber en el siglo VI a. C., y los romanos tomaron a esta diosa de sus predecesores etruscos. A Diana, diosa de los bosques itálicos, se la identificaría con el tiempo con la diosa griega Artemisa, y Apolo, el dios de la luz y el intelecto, también llegó a los romanos por mediación de los etruscos, pero no ocupó un lugar destacado hasta la época del emperador Augusto, a comienzo del siglo I de nuestra era.

No existían mitos nativos en los que estas deidades derivadas desempeñasen un papel. De vez en cuando se aparecían a los humanos en visiones o tomaban partido por los romanos en la guerra (como la intervención de Cástor y Pólux en la batalla del lago Regillus, en el 496 a. C.), pero la mayoría de los mitos que los romanos tejieron en torno a sus dioses eran préstamos griegos o tímidas invenciones según el modelo griego. Los relatos poéticos de transformación de Ovidio, La metamorfosis (43 a. C. - 17 d. C.), constituyen vivos disfraces romanos de mitos helenos, y entre ellos destaca el que cuenta que Júpiter engaña a su esposa Juno (la Hera griega) convirtiendo a su amante, Ío, en vaca, o la transformación de la ninfa Dafne en laurel por escapar a los deseos de Apolo, o la historia del cazador Acteón, castigado por haber visto desnuda a Diana a convertirse en ciervo y a ser descuartizado por sus propios perros.

Los dioses romanos carecen de personalidad propia. Tal y como aparece en La Eneida de Virgilio, Júpiter no posee el carácter tiránico ni los instintos libidinosos de Zeus, ni Venus la sensualidad ni la crueldad de Afrodita. A diferencia de su equivalente griego, el dios de la guerra Ares, a Marte se le asocia con la agricultura, un reflejo de la preocupación romana por las virtudes cívicas y las responsabilidades comunes. Presenta además un aspecto patriótico como padre de Rómulo, primer rey de Roma. Y los antiguos dioses del hogar, los Lares, eran especialmente oscuros. Sus santuarios, muy frecuentes en las casas, solían decorarse con estatuas o pinturas de figuritas vestidas con una túnica corta acampanada y un cuerno y una vasija para las ofrendas en las manos, pero esas deidades no desempeñaban ninguna función en las narraciones míticas, no se les asignaba nombres individuales e integraban un grupo indiferenciado. Tampoco existían mitos relacionados con las deidades que personificaban las cualidades humanas, como Fides ("fe"), Honos ("honor"), Spes ("esperanza") y similares. Se trataba de simples cualidades emblemáticas, a las que debían sus nombres.

Además de los dioses del hogar, había otras deidades menores asociadas con diversas actividades humanas. En su ataque al paganismo, san Agustín, las consideraba temas especialmente apropiados para la ridiculización. Confeccionó una lista con ingente cantidad de deidades triviales que supuestamente vigilaban la noche de bodas de una mujer romana. Domidicus (el dios que "encabeza el hogar"), Subigus (el dios que "somete") Prema (la diosa que "sujeta"), etcétera. Nunca se las representaba con forma humana y no constituían material para la creación de mitos.