La competición de las deidades hermanas.
Cuando Susano, dios de la tormenta, fue desterrado, por su padre, Izanagi, anunció su intención de despedirse de su hermana, la diosa del sol, Amaterasu. La diosa sospechó que su hermano quería usurpar sus tierras y se preparó para la batalla: se recogió el largo pelo en moños y se armó con un arco y dos aljabas llenas de flechas. Agitó el arco furiosamente y pateó el suelo mientras le esperaba, pero Susano le aseguró que no albergaba malas intenciones. Le propuso que demostrasen quien era más poderoso en un concurso de reproducción: vencería quien diera a luz deidades masculinas.
Para empezar, Amaterasu le pidió a su hermano la espada; la rompió en tres trozos, los masticó y al escupir aparecieron tres hermosas diosas. A continuación, Susano cogió las largas ristras de magatama, o cuentas de la fertilidad, que Amaterasu llevaba alrededor de los moños, en la frente y en los brazos, y creó con ellas a cinco dioses, proclamándose vencedor. Amaterasu objetó que la descendencia masculina de su hermano procedía de sus posesiones y que, por tanto, ella era la ganadora. Susano se negó a aceptarlo y celebró su propia victoria rompiendo los bordes de los arrozales divinos y cubriendo las acequias. Después defecó y restregó sus excrementos por el salón en el que, según la costumbre, se probaban los primeros frutos de la cosecha. Por último, despellejó un caballo "celestial" rodado (quizá una referencia a las estrellas, por las manchas) y lo arrojó al tejado de paja de la Sagrada Hilandería, en la que trabajaban Amaterasu y sus doncellas, una de las cuales se asustó tanto que se golpeó los genitales con la lanzadera del telar y murió. Amaterasu huyó, aterrorizada. En el Nihonshoki aparece una versión de esta historia según la cual Amaterasu es la víctima de la desagradable travesura de su hermano, si bien no muere, sino sólo recibe heridas.