viernes, 2 de noviembre de 2012
Licántropos.
Se creía que los que nacían con un antojo, mechones de pelo lupino o una protuberancia de piel sobre la cabeza eran licántropos. La protuberancia en la piel solía enrollarse y guardarse como amuleto o coserse a la ropa, para que trajera la buena suerte. Entre los serbios, los eslovenos, los kasubos y en el norte de Polonia existía la creencia de que tales personas poseían poderes mágicos, los dones de la metamorfosis y la adivinación. Podían transformarse en diversos animales, pero preferían al osado y sanguinario lobo. Como aparece en el grabado de Lucas Cranach, del siglo XVI, época en que la Iglesia rusa se creyó obligada a condenar tales creencias. La tradición de los licántropos queda reflejada en los diversos relatos sobre Vseslav, príncipe de Polostk (actualmente Bielorusia) que vivió en el siglo XI. A diferencia de otros príncipes de Rusia, que se convirtieron al cristianismo en 988, Vseslav y su familia siguieron siendo paganos. De las fuentes históricas se desprende que su nacimiento coincidió con un eclipse de sol (nació con una protuberancia en la cabeza. Hijo de una princesa violada por una serpiente, el príncipe licántropo aprendió rápidamente las artes mágicas y las de la caza y la guerra. Ya adulto, obtuvo grandes victorias como guerrero y corría a media noche como una bestia salvaje, envuelto en una neblina azul, como dice un texto del siglo XII.