miércoles, 18 de mayo de 2011
Mitos de los Andes
Los incas y sus predecesores.
Caracterizada por cumbres nevadas, volcanes, ríos vertiginosos y elevadas praderas puna, la cordillera de los Andes albergó diversas culturas precolombinas. Este impresionante paraje estaba impregnado de poder espiritual: se creía que las altas cimas eran morada de los dioses y espíritus y se atribuía significado mítico a ríos, lagos, cuevas y lluvias, tradición que se conserva hoy en día, pues se veneran los picos más altos, como Ausangate, con el nombre de Apu, "Señor", y se cree que influyen sobre la fertilidad de animales y plantas. En gran parte de los Andes las peregrinaciones sagradas a montañas elevadas siguen constituyendo un rasgo fundamental de la religión tradicional, que se remonta a épocas precolombinas. Este aspecto de la visión del mundo andino se asocia asimismo con el concepto de huacas, lugares sagrados diseminados por la región en los que se presentaban ofrendas a las deidades locales en épocas preincaicas e incaicas e incluso en la actualidad.
Las antiguas sociedades andinas creían en diversos mitos de origen local, pero la llegada de los incas supuso un reordenamiento político y religioso que quedó reflejado en las remodelaciones de los mitos locales con el fin de adaptarlos a la nueva ideología imperialista de los incas, en la que ocupaba un lugar eminente el dios creador Viracocha.
Para los incas y sus predecesores, el lugar de los orígenes míticos se encontraba al sureste de Cuzco, en las cercanías del lago Titicaca. Según cierta versión, allí creó Viracocha un mundo de oscuridad, habitado por una raza de gigantes a los que había esculpido en piedra. Pero estas primeras gentes desobedecieron a su creador y en castigo se convirtieron de nuevo en piedra en puntos como Tiahuanaco y Pucara, o quedaron sumergidos en la inundación que provocó Viracocha. Solo sobrevivieron un hombre y una mujer, que fueron transportados mágicamente a la morada de los dioses en Tiahuanaco. En la segunda tentativa, Viracocha modeló a los seres humanos con barro, pintó sobre ellos las ropas que distinguían a cada nación y les dio sus costumbres, lengua y canciones diferenciadoras y las semillas que cultivar.
Tras haberles insuflado la vida, les ordenó que descendieran a la tierra y que salieran de las cuevas, los lagos y montañas. Así lo hicieron, y cada nación erigió santuarios en honor del dios en los lugares en los que habían vuelto a entrar al mundo. Para crear la luz, Viracocha ordenó al sol, la luna y las estrellas que salieran de la Isla del Sol, en el lago Titicaca, desde donde ascendieron a los cielos. Cuando subió el sol, Viracocha habló a los incas y a su jefe, Manco Capac, y les profetizó que serían señores y conquistadores de muchas naciones. Concedió a Manco Capac un tocado y un hacha de guerra, distintivos y arma de la realeza. Después, el nuevo rey condujo a sus hermanos y hermanas hasta la tierra, de donde salieron, en la cueva de Pacarictambo. Este mito sobre la creación no sólo representa la versión inca de las antiguas creencias andinas, sino que probablemente conserva la influencia cristiana. En los relatos sobre un gran diluvio, el primer hombre y la primera mujer, la descripción de Viracocha como hombre blanco y los viajes que emprende el dios como figura heroica se aprecian las enseñanzas de los sacerdotes católicos, empeñados en aniquilar el paganismo nativo.
Según el mito contemporáneo de la comunidad quero, cercana a Cuzco, hubo una época anterior a la existencia del sol en la que el mundo estaba poblado de poderosos hombres primordiales. Como Roal, deidad creadora, les ofreció su propio poder, ellos replicaron que no lo necesitaban, y en castigo, Roal creó el sol. Los hombres quedaron ciegos y sus cuerpos secos, pero no murieron, y todavía salen de vez en cuando de sus escondites, al atardecer y con luna nueva. Después, los Apus (espíritus de las montañas) crearon un hombre y una mujer, Inkari y Collari: a Inkari le dieron una palanca de oro y le dijeron que fundara una ciudad en el punto en que la palanca cayera derecha al lanzarla. La primera vez que lanzó el instrumento aterrizó mal; la segunda vez cayó formando un ángulo, y allí construyó Inkari la ciudad de Quero. Encolerizados por su desobediencia, los Apus resucitaron a los hombres primordiales, que hicieron rodar rocas para matarlo. Inkari se escondió una temporada en la región del Titicaca y al regresar volvió a lanzar la palanca: cayó derecha, y en aquel punto fundó Cuzco. A continuación envió a su hijo mayor a Quero, para que lo poblase, y el resto de sus descendientes fueron los primeros incas. Viajó por toda la tierra con Collari, transmitiendo sus conocimientos a las gentes, y por último desapareció en la selva.