La región está integrada por un mosaico de paisajes diametralmente opuestos, desde los desiertos del norte hasta las selvas tropicales del sur. Llovía demasiado o demasiado poco, los lechos secos de los ríos se transformaban en torrentes turbulentos de la noche a la mañana, los terremotos asolaban la tierra: semejante entorno de inestabilidad podría contribuir a explicar el mito azteca de los cinco soles, cada uno de los cuales equivalía a una era o un mundo cósmico, que acababa con un cataclismo.
No fueron los aztecas los primeros en apaciguar a los dioses con sacrificios humanos. La religión tolteca (pueblo que estableció su capital en Tula, a finales del siglo XI) tenía como carácter igualmente sangriento, como ponen de manifiesto las esculturas chacmul, figuras reclinadas con platos tendidos para recoger las ofrendas del sacrificio. Pero las prácticas aztecas son las que cuentan con mejor documentación. Para ayudar al dios Huitzilopochtli, el sol, en su batalla cotidiana contra las fuerzas de la noche, había que alimentarlo con corazones y sangre humana, y los prisioneros de las campañas militares proporcionaban las víctimas necesarias.
En cierto sentido, se puede decir que los aztecas capturaron su panteón de la misma forma, adoptando los dioses de otros pueblos anteriores, como Tlaloc, dios de la lluvia, y Huehueteotl, deidad del fuego. Pero Huitzilopochtli era su dios tribal, desconocido en otras regiones.