Los cataclismos que destruyeron los cuatro soles anteriores dejaron un vacío en el orden cósmico. Los dioses ofrecieron a las gentes de Mesoamérica una última y efímera oportunidad de vivir al crear y sustentar el quinto sol.
El quinto sol fue creado en Teotihuacán cuando el dios Nanahuazin se arrojó a una hoguera y se transformó místicamente en el sol naciente. Pero al principio estaba inmóvil, y los demás dioses sacrificaron su sangre para proporcionarle energía para el movimiento celeste. Por eso se conoce la quinta era del mundo como "Cuatro-Movimiento". Su génesis única sentó un precedente mítico para la idea azteca de que la vida del universo sólo puede prolongarse mediante el sacrificio. Sin embargo, se trata de una concesión temporal de os dioses, pues los terremotos destruirán también el quinto sol.
El signo "Cuatro-Movimiento" encarnaba el concepto del sacrificio humano que impregnaba la religión azteca, que encontró expresión física en el gran calendario de piedra, disco tallado de este material de unos cuatro metros de ancho con la imagen central del rostro de Tonatiuh, dios del sol , rodeada por el signo "Cuatro-Movimiento". Hallado en 1790 cerca del Templo Mayor de la Ciudad de México, este objeto de complicada factura representa los principales elementos de la quinta creación. Los aztecas concebían a Tonatiuh como manifestación de su deidad guerrera tribal Huitzilopochtli. En el complejo simbolismo se aprecia la manipulación de la mitología para justificar la guerra y el sacrificio y expresa estos aspectos de la vida en términos cosmológicos. La cara de Tonatiuh está flanqueada a ambos lados por dos garras enormes aferradas a su alimento: corazones humanos, tema en el que se profundiza aún más con la lengua, imagen del cuchillo sacrifical de sílex u obsidiana con el que los sacerdotes arrancaban el corazón a sus víctimas. Según las creencias aztecas, la sangre humana contiene una esencia líquida preciosa denominada chalchihuatl, único alimento adecuado para los dioses. En torno a la imagen del dios del sol hay cuatro figuras encerradas que representan los cuatro soles anteriores, los dedicados al jaguar, el viento, el fuego y el agua, y alrededor de ellos están los glifos de los signos de los veinte días del calendario sagrado o tonalpohualli, y representaciones simbólicas de Tezcatlipoca, Quetzalcóatl y Tlaloc.
El calendario de piedra, que quizá sirviera también de ara sacrificial, engloba una visión de la vida y la muerte claramente azteca, en un frágil universo mantenido gracias a la continua ofrenda de sangre a los dioses.